Vicente Pastor Delgado era un hombre solitario. Había perdido a su esposa y a su hijo en un accidente automovilístico hace unos años, y desde entonces había estado luchando para salir adelante. Pero su vida dio un giro aún más oscuro cuando fue diagnosticado con una enfermedad terminal.
Vicente decidió vivir sus últimos días en su hogar, rodeado de sus perros. Tenía tres perros: un gran danés llamado Zeus, un labrador llamado Rocky y un pequeño perro callejero al que había salvado de la calle y al que había llamado Lucky.
Vicente había dedicado su vida a sus perros y ellos eran lo único que tenía en el mundo. Pasaba sus días acariciándolos y hablando con ellos, como si fueran sus confidentes. Les prometió que siempre estaría con ellos, incluso después de su muerte.
Pero su enfermedad empeoró rápidamente y Vicente se dio cuenta de que no podría cumplir esa promesa. Sabía que su tiempo se estaba acabando y que pronto tendría que despedirse de sus perros.
Un día, Vicente se despertó sintiéndose especialmente débil y supo que el final estaba cerca. Llamó a sus perros y los reunió a su alrededor. Les habló sobre su amor por ellos y les agradeció por estar a su lado en sus momentos más difíciles. Les dijo que los amaba y que siempre estarían en su corazón.
Y así, rodeado de sus perros, Vicente cerró los ojos y dejó este mundo. Sus perros, que habían sido sus fieles compañeros hasta el final, lloraron su partida y se quedaron a su lado durante horas, como si esperaran que se levantara y volviera a acariciarlos.
La muerte de Vicente dejó un vacío en el mundo y en los corazones de sus perros. Pero, aunque se fue, su amor por ellos nunca moriría y siempre estaría presente en sus vidas.
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