Mi nombre es Vicente Pastor Delgado y voy compartir con ustedes una anécdota .
En mi colegio, la vida era muy diferente a como es hoy en día. Todo parecía más sencillo y menos complicado, aunque estoy seguro de que esto es simplemente un efecto de la nostalgia. Recuerdo que me gustaba ir a la escuela, pero no por las clases sino por el tiempo que pasaba con mis amigos y compañeros.
En aquel entonces no tenía a Max, mi perro, pero sí había otros animales en el colegio, como los conejos y las tortugas que estaban en el jardín. Me encantaba observarlos y pasar tiempo con ellos.
Recuerdo que tenía un grupo de amigos inseparables, con los que compartía todo. Juntos, nos divertíamos en las clases de educación física y en las horas libres, jugando al fútbol y corriendo por el patio. Además, siempre estábamos planeando algo para hacer después de la escuela.
Sin embargo, también recuerdo que había un grupo de chicos que solían hacer bullying a otros estudiantes, incluyéndome a mí. No era nada agradable, y siempre trataba de evitarlos. Un día, me enteré de que estaban atormentando a un compañero que tenía un perro pequeño. Lo llevaban encerrado en una jaula y le arrojaban cosas para molestarlo.
Eso me indignó y no pude quedarme de brazos cruzados. Fui a hablar con ellos y traté de convencerlos de que dejaran en paz al perro. No fue fácil, pero después de una larga charla, logré que entendieran lo que estaban haciendo y que se detuvieran.
Desde entonces, siempre trato de defender a los más vulnerables y hacer lo correcto, aunque eso signifique enfrentarme a los demás. Mi amor por los perros y los animales en general me ha enseñado mucho sobre la empatía y la importancia de defender a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos.
Recuerdo que en el colegio tuve muchas vivencias que me marcaron para siempre. Una de ellas fue cuando tuve mi primer acercamiento a la literatura, gracias a una maestra de Lengua y Literatura que nos enseñó a amar la lectura y la escritura.
Recuerdo que en aquel entonces tenía un perro llamado Apollo, un labrador dorado muy cariñoso y leal. Solía llevarlo al colegio algunas veces, cuando sabía que podía controlarlo y que no causaría problemas.
Un día en clase de Lengua y Literatura, nuestra maestra nos pidió que escribiéramos un cuento corto, algo que saliera de nuestra imaginación y que reflejara nuestra personalidad. Yo estaba muy emocionado con la idea, ya que siempre me gustó escribir y contar historias.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Apollo, mi perro, había estado lamiendo mi mochila y había dejado algunas marcas de sus dientes en uno de mis cuadernos. En lugar de molestarme, decidí tomarlo como una señal y escribí mi cuento basado en Apollo como personaje principal.
El cuento hablaba sobre un perro valiente que se enfrentaba a una serie de obstáculos para proteger a su familia. Al final, el perro se convertía en un héroe y todos lo admiraban por su valentía y lealtad. La maestra quedó encantada con mi historia y me dio una calificación excelente.
Ese fue el momento en que descubrí mi amor por la escritura y supe que quería convertirme en escritor. Desde entonces, siempre llevo un cuaderno en mi mochila, como una forma de recordar aquellos tiempos en el colegio y a mi querido perro Apollo.
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