Raúl y Laura eran una pareja que vivía en una casa heredada de un tío de Raúl. El tío había muerto hacía unos años y les había dejado la casa en su testamento, junto con una buena suma de dinero. Raúl y Laura estaban muy agradecidos al tío y disfrutaban de su legado.
Pero un día, recibieron una carta de un abogado que les decía que el testamento del tío era falso y que había otro testamento verdadero que lo anulaba. El abogado les decía que el testamento verdadero dejaba la casa y el dinero a otro sobrino del tío, que se llamaba Alberto y que vivía en otra ciudad. El abogado les decía que tenían que abandonar la casa y devolver el dinero en un plazo de quince días, o de lo contrario los demandaría.
Raúl y Laura se quedaron estupefactos al leer la carta. No podían creer lo que decía el abogado. Ellos habían visto el testamento del tío y les parecía auténtico. Además, no conocían a ningún Alberto ni sabían que el tío tuviera otro sobrino.
Esto es una estafa -dijo Raúl-. Alguien quiere quitarnos lo que es nuestro.
¿Qué vamos a hacer? -preguntó Laura-. No tenemos pruebas de que el testamento sea falso.
Pues vamos a buscarlas -dijo Raúl-. Vamos a ir al despacho del abogado y a pedirle que nos enseñe el supuesto testamento verdadero.
¿Y si no nos lo enseña? -preguntó Laura.
Pues le denunciaremos -dijo Raúl-. No vamos a dejar que nos roben así.
Raúl y Laura cogieron la carta y se dirigieron al despacho del abogado. Allí les recibió una secretaria que les dijo que el abogado estaba ocupado y que no podía atenderles.
Dígale que venimos por el asunto del testamento del tío de Raúl -dijo Raúl.
Lo siento, pero el abogado no puede recibirles ahora -dijo la secretaria-. Si quieren, pueden dejar un mensaje o volver otro día.
No, no queremos dejar un mensaje ni volver otro día -dijo Raúl-. Queremos ver al abogado ahora mismo y que nos explique qué está pasando.
Lo siento, pero no es posible -dijo la secretaria-. El abogado tiene una agenda muy apretada y no puede atenderles sin cita previa.
Pues yo declaro que sí puede atendernos sin cita previa -dijo Raúl con voz firme.
En ese momento, se oyó un timbre en el teléfono de la secretaria. Era el abogado, que le decía:
Hola, soy el abogado. ¿Hay alguien esperando por mí?
Sí, hay una pareja que viene por el asunto del testamento del tío de uno de ellos -dijo la secretaria.
Ah, sí, ya sé quiénes son -dijo el abogado-. Pásamelos, por favor. Voy a atenderles ahora mismo.
La secretaria se quedó sorprendida. No entendía por qué el abogado había cambiado de opinión tan rápido. Le dijo a Raúl y a Laura:
Bueno, parece que tienen suerte. El abogado va a recibirles ahora mismo. Pueden pasar a su despacho.
Raúl y Laura sonrieron y pasaron al despacho del abogado. Allí estaba él, sentado tras una mesa llena de papeles. Les saludó con una sonrisa falsa y les dijo:
Hola, soy el abogado. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
Usted sabe muy bien lo que puede hacer por nosotros -dijo Raúl-. Puede dejarnos en paz y reconocer que el testamento del tío es verdadero.
¿De qué testamento me habla? -preguntó el abogado con fingida inocencia.
Del testamento que nos dejó la casa y el dinero -dijo Laura-. Del testamento que usted dice que es falso y que hay otro que lo anula.
Ah, ese testamento -dijo el abogado-. Sí, es falso. Yo tengo el verdadero aquí mismo. Se lo puedo enseñar.
El abogado sacó un papel de un cajón y se lo mostró a Raúl y a Laura. Era un testamento con el nombre y la firma del tío, pero con una fecha posterior al que ellos habían visto. En él, el tío dejaba la casa y el dinero a Alberto, su otro sobrino.
¿Ve? Este es el testamento verdadero -dijo el abogado-. El que ustedes tienen es una copia falsificada. Lo siento, pero tienen que irse de la casa y devolver el dinero. Es lo que dice la ley.
No, no es lo que dice la ley -dijo Raúl-. Es lo que dice usted. Pero usted miente. Ese testamento es falso. Usted lo ha fabricado para engañarnos.
¿Qué? ¿Cómo se atreve a acusarme de eso? -dijo el abogado-. Yo soy un profesional honesto y respetable. Tengo pruebas de que ese testamento es auténtico. Tengo el certificado de defunción del tío, el sello del notario y el testimonio de los testigos.
¿Qué testigos? -preguntó Laura-. ¿Quiénes son esos testigos?
Son dos personas que conocían al tío y que estuvieron presentes cuando hizo el testamento -dijo el abogado-. Se llaman Pedro y María. Son muy amigos de Alberto, el otro sobrino.
¿Pedro y María? -repitió Raúl-. ¿Y dónde están Pedro y María?
Están en la sala de espera -dijo el abogado-. Si quieren, puedo llamarlos y que les confirmen lo que digo.
El abogado cogió el teléfono y llamó a la secretaria. Le dijo que hiciera pasar a Pedro y a María. Al cabo de unos segundos, entraron en el despacho dos personas con aspecto de pocos amigos. El abogado les presentó a Raúl y a Laura.
Hola, Pedro y María -dijo el abogado-. Ellos son Raúl y Laura, los que dicen ser los herederos del tío. ¿Podrían decirles lo que vieron el día que el tío hizo el testamento?
Claro -dijo Pedro-. Nosotros vimos cómo el tío hacía el testamento y lo firmaba. Él estaba muy enfermo y sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Por eso, decidió dejarle todo a Alberto, su sobrino favorito. Nosotros fuimos testigos de su voluntad y firmamos el documento.
Así es -dijo María-. El tío quería mucho a Alberto y no quería saber nada de Raúl ni de Laura. Ellos nunca le visitaron ni le llamaron. Solo les interesaba su dinero. Por eso, el tío les desheredó y les dejó este mensaje: “Raúl y Laura, os declaro indignos de mi herencia. No esperéis nada de mí”.
por vicente pastor delgado
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